Pedir ayuda está bien.

Mi sueño siempre fue poder sola, todo. En matemáticas me hubiese encantado poder sola, sin que alguien me tuviera que explicar como despejar un logaritmo, (¿eran los logaritmos los que se despejaban no?). Sin embargo, a pesar que tenía amigas muy buenas en matemáticas que me decían que si ellas podían yo también, tuve que ir a clases particulares con María. La más buena del mundo y a la que hasta hoy le sigo diciendo que los logaritmos no me han servido para mucho. Maria igual me sigue diciendo que si empiezo Economía seré una gran contadora ja ja.
En 21 años aprendí qué hay que pedir ayuda siempre, que vivimos en sociedad y que en ésta siempre tenemos a alguien que nos de una mano en ciertas áreas y nosotros podemos ayudar en las que nos sentimos más cómodos. 
Mis padres siempre pidieron ayuda, y nos enseñaron a Juan Pablo y a mi a hacerlo. Siempre nos alentaron en algo que no nos salía bien para buscar a alguien que nos acompañe hasta que suceda. 
Desde que recibimos el primer diagnóstico somos parte de un centro de mi ciudad, a donde nos dirigimos como familia pidendo ayuda. 
Pedir ayuda está bien. Sería un sueño hacerlo todo sola pero es genial cuando los que te ayudan son copados. 
Si hay algo en lo que se destacan mis padres, bueno para que mentir, se destacan en millones de áreas que no son para lo que justamente recibieron formación, pero algo que ellos resaltan es que nos educaron a los dos igual. No importa si a la edad de Juan yo era hija única o si él es una persona autista. 
Entonces pidieron ayuda, conmigo y con él.
A los dos años decidieron después de varias sugerencias profesionales que Juan Pablo empiece el colegio. Mamá me pidió que les diga qué hay un montón de decisiones que tomaron ella y papá como lo que son, nuestros padres. Que hubieron errores, o qué hay cosas que se pudieran haber hecho mejor pero que sucedieron así, y que yo simplemente cuento como fue. Y que sea específica que tenia 14 años en ese momento por lo cual, esto agrego yo, estaba completamente en otra, y discutiendo cosas importantes como que tan altos pueden ser los zapatos de mi primer cumpleaños de 15. Spoiler alert: 5cm. 
Volviendo al tema, Juan Pablo empezó el colegio pero no lo empezó solo, imaginen un niño de esa edad que no tiene lenguaje y que se largó a caminar hace nada, con un diagnóstico fresquito. 
Lo empezó con Sofi, mi madrina. Sofi tendría un par de años más que yo cuando empezó con Juan, y fue su primer acompañante terapéutica, se dedicaba (Sofi espero que sea lo correcto, porque bueno ya conté en las que andaba por el 2011) a guiar a mi hermano en las actividades que proponía la maestra, que en un nivel de 2 años muy complejas no serían. Ella nos acompañó a Buenos Aires a confirmar lo que acá la manejábamos pero que en ese entonces nadie tenía las herramientas para decir, SI SEÑORES ES AUTISTA. Aunque las actitudes eran clarísimas.
Sofi tuvo que dejarnos después de un largo camino que hicimos con ella, de apuro y así de apuro apareció Lu. La única aparte de papá y mi tía Boji a la que Juan nombra. Lu se animó al caso más complicado del centro, de Durazno mi ciudad y de Uruguay, ¿cómo? Con amor y firmeza. Estuvo un largo tiempo y me animo a decir que fue la única persona a la que Juan no aprendió a dominar, mamá al igual que a Sofi la agarró de hija porque ella no puede con su condición y hasta ahora la llamamos de vez en cuando. Lu se fue a estudiar, pero no se fue así nomas, se fue para volver y les confieso que cada vez que me acuerdo se me llenan los ojos de lagrimas y se me quiebra la voz porque Lu se llevó una foto de Juan, y sabe que se va a recibir para atender a muchos Juanes más. 
Probamos con dos chicas más pero no tenían ese noseque de Sofi y Lu. 
Y apareció Paola. 
Paola y Juan son un solo corazón, se quieren, hacia muchísimo tiempo que Juan Pablo no se sentía tan cómodo como con Pao. Y creo que a ella le pasa lo mismo. Ahora que es más grande a veces entender que quiere, es difícil. A veces nosotros en casa no sabemos que quiere y él se enoja porque tonto no es, solo no habla. Pao le “sacó la ficha”. Le entiende casi todo, lo hace con amor, como si fuera su hijo por unas horas porque para ser acompañante tenés que ser así. Tenes que tener la misma responsabilidad que un hijo tuyo o más. Porque nosotros estamos depositándote a este niño con toda la confianza, sabiendo que si le haces algo malo no nos vamos a enterar y es muy peligroso. 
Este año con Pao, Juan Pablo se sentó en clase a trabajar, y no es un cuento chino que nos hacen, porque yo soy profesora de su salón. Pude dar clases con mi hermano ahí y no era para nada una molestia. El grupo es lo máximo, no le digan a los otros pero son mis alumnos favoritos, los quiero mucho y ellos a mi. Y siempre les agradezco por quererlo a Juan. Amo cuando lo ponen como ejemplo o cuando dicen que usa rico perfume. Ojalá a esos padres les llegue mi agradecimiento, gracias por educar a esos niños así. 
Cuando se enoja, o grita un poquito, ellos hacen silencio y Pao les explica que es lo qué pasó. Son niños de 7 años, pero con un corazón gigante. 
Los hermanos de todos los autistas no pueden tener la suerte que yo, dar clases en su salón. Y ver cómo todos lo quieren. Pero para eso existen los acompañantes terapéuticos, me da mucha lástima cuando hay padres que por orgullo deciden no tenerlo, ellos están ahí para prevenir una crisis, para ayudarlos a entender que piden los maestros, para acompañarlos a las actividades, y para que el resto también entienda, que ese niño o niña es autista pero que también quiere jugar, que le gustan tus autitos o tu goma, o lo que sea. Y quizá ese autista la mayoria de las cosas pueda solo pero nunca está demás que alguien lo acompañe el tiempo que necesite. 


Nota: todas las acompañantes terapéuticas de Juan Pablo han sido formadas en autismo por un centro y tienen un seguimiento especialmente para él. No son niñeras, son acompañantes. 

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